martes, 1 de noviembre de 2016

Los Baños del Carmen

A mí me gustan los atardeceres, particularmente en los Baños del Carmen, en Málaga.  voy allí a distraerme y relajarme y, de paso, contemplar la luz del mar penetrante como un pozo en los cristales del restaurante, que devuelven los ojos que yo amo, y que hoy se ocultan tras unas gafas que me impiden por completo sumergirme en ellos. Estamos sentados a la mesa 64. Nunca más lo estaremos. Tengo un poema en las manos, el poema de una vida, el poema de muchas vidas. Es un regalo precioso y que no merezco. En segundo plano se acarician incipientes parejas, felices, enamoradas. Felices. Enamoradas. Yo sé que en el vórtice del tiempo, no hay en mi resquicio un camino amargo que finalmente me conduzca hasta el amor. Hay quien se baña, hay quien nada a braza,  hay quien fuma o mastica chicle hasta que se le abren las mandíbulas.  Y el chico de las gafas que no me mira, que no me quiere, que se llama todos los nombres, que ostenta todos los títulos honoríficos de mis sueños. Marchamos. Olvido el poema. Hablamos de tiempos paralelos. Le quiero más que nunca. Le he perdido para siempre, si es que alguna vez le tuve.

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