jueves, 17 de noviembre de 2016

El cómplice

"Entrégame esas flores. Son lo último que necesito para destruir las huellas de nuestro crimen". Y, con estas palabras, yo le hice malo, yo le hice un monstruo, yo le participé en mi delito. Pobre ser sólo sombra, mitad niño, mitad verdad. A mi lado siempre, sabiendo que tenía un lado oscuro, aún a pesar de mi naturaleza corrompida, allí estaba. Sus manos ensangrentadas corroboraban lo pérfido de mi propuesta, el cadáver aún caliente y yo mandándole al segundo de cocina  donde guardaban los trastos de limpiar.
La escena toda me producía náuseas, pero ya no había vuelta atrás. Él no pronunciaba palabra, pero le temblaban las manos como a un pajarillo, así que deduje que estaba muerto de miedo. Y el otro, el verdadero muerto, allí tumbado tan tranquilo...
En el fondo de los ojos del cómplice latía ese amor infinito, perruno, tan característico, cuando me miró. Eso fue lo que me hizo vomitar con toda el alma, desde la primera hasta la postrera papilla.

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