viernes, 13 de noviembre de 2015

Santiago's soul

Yo era muy joven entonces, y tan ingenua que la pura luz del día no podría compararse  a la blancura de mis pensamientos. Había perdido a mi amado unos años antes, en un terrible accidente. Pero antes de perderle, ya le había perdido de una forma distinta, con mi gesto cortante y con mi silencio. Sí, me quería.  Sólo después de la verdadera pérdida,  la definitiva, me di cuenta de hasta qué punto era correspondido. Miles de eras geológicas han transcurrido, y ese sentimiento lacerante aunque hermoso sigue vivo, y vivirá después de que quien esto escribe muera.
Yo era muy joven entonces, y ya había conocido, pues, a mi exacta mitad, y la había dejado escapar, así,  sin pestañear, y era tarde, tan tarde, para dar vuelta atrás...el cristal del coche reflejaba las yerbas del campo en primavera, los altos tallos de las enredaderas, los casi ya rubicundos trigos...un paisaje de cuento que yo, medio dormida, soñaba. Cada trecho se repetía a sí mismo, como una linterna mágica centelleante. De repente, dos pequeñas mariposas surgieron de la nada y comenzaron a volar su danza del cortejo. Impulsadas por corrientes superfluas (no soplaba viento) bailaban en el aire describiendo círculos, elipses y curvaturas de infinitud. Se me antojó,  por un instante, que eran el alma de mi amado y la mía  reconociéndose una a otra en su belleza y en su fragilidad. ¡Oh, sus alas extendidas hacia el universo remoto al que pertenecían! Aquellos dos eran seres ultraterrenos,  y en el más allá se encontrarían. Pronto el polvillo dorado que las cubría se desprendió de sus hombros y llenó el espacio de minúsculas partículas brillantes, mientras las dos almas seguían debatiéndose, latiendo con un eco cada vez más débil.  Un último bucle las llevó, abrazadas, hasta el suelo, donde estremeciéndose disolviéronse, nuevamente, en la nada.
Hoy he vuelto a verlas, tan hermosas como siempre, y me he regocijado. Mi alma y la suya, su alma y la mía en el aire volando...


martes, 10 de noviembre de 2015

Sus ojos

No sé a dónde mis pasos me conducen.
Oscuridad. 
Pero sé que camino, y que al caminar
levanto
remolinos de polvo.
Estoy vivo.
Dudo, vacilo,  imploro clemencia
a los dioses a los que nunca he rezado.
¿Estoy vivo?
¿Duerme el gigante de roca que me sueña
o soy yo quien dirige esta función que sin cesar se repite?
Si fui, si tuve,
fue en sus ojos, y se han cerrado para siempre,
¿Me oís? ¡Para siempre!
Camino y tropiezo, claro,
es esa piedra que tan bien conozco.
Estoy vivo...
Creo...
Quizás...
Sin embargo...
Los hombres decían que estaba loco,
pero entonces yo era Señor del Universo.
Entonces ella vino, más bien sus ojos vinieron,
y me hablaron con amor: "Mi corazón late por ti", susurraron, 
y las luces de la habitación se hicieron tenues.
Sólo había espacio para ellos; en su brillar, 
al fondo de la pupila, vi la Esperanza; confundíla con la Compasión. 
En cuanto pude salir de allí la abandoné con sus grandes ojos
inundados de lágrimas y su cofia de enfermera.
Nunca supe quién era,
pero entonces tampoco sabía quién era yo...
¿Lo sé ahora? 
Tampoco sé a dónde mis pasos me conducen. 
Oscuridad.
Estoy vivo...
Creo...
Quizás...
Puedo veros, ahí al otro lado, anhelando darme calor.
En esta fogata humana de abrazos, hermanos, arderé
y, de este modo, no siendo, seré. 
¿Abrirá ella sus ojos para llorar por mí, 
siquiera fuera
por postrera vez?